El gigante egoísta

Cada vez que leo el gigante egoísta de Oscar Wilde tengo que llorar. Los maestros son capaces de convertir la realidad en parábolas que simplemente te dejan mudo.

A Oscar Wilde lo encarcelaron en principio por jugar a las drag queens pero como sabemos eso son siempre excusas para encerrar a los que nos ponen la verdad en las manos y nos obligan a pensar y ver que tenemos que cambiar. El cambio es un ente peligroso que nos saca de nuestra zona de confort y eso, si tienes poder, lo haces pagar. La cárcel es siempre una buena solución.

El problema es que me siento más gigante que niño y por eso puedo mirar a los gigantes de frente, porque de algún modo, somos iguales. También yo si quiero, me puedo comprar una chuchería o dos, hasta tres, en los centros comerciales. Y me invitarán a las flamantes piscinas de los edificios de ensueño donde viven esos gigantes. Porque tengo la nacionalidad que conviene y aunque no muy blanquita, sí más que muchos. Eso cuenta.

Esta es hoy mi invitación a los gigantes a que bajen al jardín y busquen una puerta de salida al otro lado del muro.

Ultimamente me duele el pecho porque he tragado mucha contaminación. Me he dedicado a caminar por Manila. No solo me niego a instalar los apps del teléfono que me dejan acceder a un taxi en minutos. Me he prohibido ir en bus o cualquier medio que valga por encima de los diez pesos. Porque quiero saber como se mueve Manila, la inmensa mayoría, la que no tiene doce pesos para poner en un bus dos veces al día.

Así que ahora les puedo explicar como se mueven, como se sienten y como llegan a sus casas. Perdón, llamémosle hogares, porque son el techo que tienen. Pero no puedo llamarlas casas porque son huecos.

Así que sí, lo primero. Duele el pecho porque en el Manila de los ricos sólo las arterias son para compartir con la población. Digo compartir porque los ricos, un 10% de la población manileña, Poseen todo el suelo. Y lo defienden. Y lo proscriben. Los muros que rodean la mayoría de la ciudad se pueden seguir por kilómetros. Sigan EDSA. Verán que es un largo muro que separa a los mega ricos de los mega pobres durante kilómetros. Esa es la Filipinas de hoy. Los pobres limpian, mantienen, riegan, guardan esos oasis de verde y paz, los vergeles del gigante de Oscar Wilde y a cambio se les permite usar las arterias de la ciudad. Arterias que comparten con los ricos, porque ellos también las usan y paran el tráfico para que sus lujosos coches puedan llegar más rápido a donde los pobres también tienen que llegar, si quieren ganar un salario. Lujosos coches conducidos por otro pobre que hará lo que sea para que su amo, sentado en la parte trasera llegue antes que nadie. En ello va su empleo y salario y la comida de la boca de sus hijos, a los que alimenta pero no ve porque tiene que trabajar del lado rico del muro.

La brecha es tan profunda que se han sellado las puertas que un día existieron. Ya no son necesarias porque los ricos tienen más territorio y solo cruzan de un vecindario a otro cruzando la arteria. No necesitan esas puertas como secretas porque tampoco tienen necesidad de caminar por las arterias. Dentro tienen sus repúblicas de oxígeno y paz, silencio, ausencia de tráfico.

Créanme, detrás de esos muros hay paraísos verdes de ensueño en los que los dueños de las mansiones pueden dedicarse al arte. Bellas fachadas de varios estilos, japonesas y chinas, españolas o cubistas de grandes arquitectos y diseñadores. Jardines de una exquisitez que llama a los sentidos.

No veo el invierno llegar a los jardines floridos de Manila. No veo a un niño herido en manos y pies trayendo una redención a sus moradores que acuden a las iglesias y adornan sus fachadas de cristos y vírgenes. Las torres de cristal siguen subiendo hacia el cielo. Las mansiones que envejecen se sustituyen por otras más lujosas, más diáfanas, más modernas.

He llegado a Makati. Me avisa un cartel de que estoy cruzando una carretera privada y que por tanto tengo que cumplir con las normas. Las normas y la ley en ese mundo de opuestos me parece como un gran signo de interrogación que flota sobre la gente.

Pero me estoy saliendo del tema, que era una invitación a los gigantes para que salgan al otro lado del muro.

En el cuento de Oscar Wilde, el gigante descubre que fue egoísta y que la riqueza compartida es más valiosa. Siente que el invierno se le va del corazón y aunque no consigue descubrir a su salvador decide ayudar a sus iguales.

En Manila las cosas son al revés. Los ricos se han hecho suntuosas iglesias en las que rezar al que creen su salvador para que los proteja del otro lado del muro.

Si realmente hay un salvador a ambos lados del muro, puede que sea un punto en común para empezar a compartir. Porque del otro lado del muro también rezan, aunque sus iglesias sean más pequeñas y los tejados dejen pasar la lluvia.

Invito aquí a los gigantes de Manila que no quieran caminar por EDSA o por Mckinley a asistir a la misa a la que van a diario en las iglesias del otro lado del muro. Puede que no quepan, o que los pobres se queden fuera para cederles el espacio porque los filipinos tienen mucho respeto o puede que miedo por las jerarquías.

Rezarán en el mismo idioma y al cura que les dé las bendiciones lo habrán hecho cura de parte del mismo papa. Por cierto, que si ese papa se declara el papa de los pobres, quizá sería un buen momento para pararse a pensar lo que otros gigantes tienen que decir.

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