Creo que cuando se habla del Baluchistán, hay dos reacciones principales. La primera es no saber de qué estamos hablando, y pensar en la ruta de la seda, algo muy lejano o por lo menos, el fin del mundo. No tenemos ni idea de qué país es ese.

Para los que han leído un poquito más o trabajan en política o en el mundo humanitario, el nombre suena un poco más. Y suena a tribus, a clanes, a zona de riesgo sin ley ni orden, llena de fanáticos secuestradores de los que no podrás liberarte en toda tu vida.

Me pregunto… ¿Cuántos de los curtidos en aventuras, misiones, terreno, zona de guerra y demás heroicidades hemos pasado por Baluchistán?

La respuesta es, en Baluchistan, no queda nadie. En 2012 un trabajador de la Cruz Roja Británica fue decapitado por los talibanes. Desde entonces, es territorio prohibido para aquellos que ayudan o informan de forma imparcial. AlJazeera, que siempre se las agencia para estar metida en todos los guisos, está vetada desde el 2010. Pakistan rechazó una propuesta de trabajo con la ONU en 2012. La Cruz Roja Internacional no trabaja tampoco en la zona. Si esos no están no queda ni un alma.

Y cuando hablamos de talibanes, de Lashkar e Taiba, de Al Qaeda, es como si hubiéramos llegado a un callejón sin salida. Al infierno afgano, al fin del mundo.

Yo tampoco he estado nunca en el Baluchistán. Siempre he pensado que es una región muy remota en la frontera afgana, todo montañas, sin carreteras, sin control, muy difícil de acceso. Ignorancia mía imperdonable. Tras tres horas sentada en la plaza de Nations con Hatim, mi visión del Baluchistan es más completa, pero sobre todo, muy diferente de los retazos que tenía de persona totalmente desinformada e ignorante.

Los Baluchis no decapitaron a un trabajador de la Cruz Roja. Tampoco declararon su adhesión a los Talibanes o a Al Qaeda. Y tampoco están en el fin del mundo. Lo que es más, es una de las rutas más transitadas del mundo marítimo. El Baluchistán es un territorio inmenso (si, en la frontera con Afghanistán pero mucho más con Iran), cuya capital no es otra que Gwadar, un Dubai en potencia, uno de los puertos más importantes del continente asiático y fuente de casi toda la riqueza del Pakistan.

El Baluchistan ocupa la mitad del territorio Pakistaní pero tiene una reducida población. Entre las líneas Goldsmith y Drevend, una de esas aberraciones coloniales de finales del siglo XIX que cortaban territorios en línea recta como si fueran pasteles, el Baluchistan hubiera sido un próspero estado marítimo con fosfatos, cantidades ingentes de gas, oro, y muchas otras riquezas que lo habrían hecho independiente, rico y puede que hasta feliz. Pero la historia es sumamente densa en esa región a caballo entre lo que fueron los imperios inglés y francés. Como otros estados de la India británica, eligió la independencia cuando los británicos se fueron. Como a Cachemira o a Sikkim, al Baluchistan le fue mal. En 1948, Pakistán ocupó de facto el reino o al menos, parte de él. Una porción se quedó en Irán lo que complica las cosas aún más. Baluchistan es Pakistan como Tibet es China o Sikkim es la India. No se discute, no se pone en duda y no se habla de esto. Ni en público, ni en privado.

Los baluchis siempre han querido su propio estado y como todos los movimientos independentistas y subyugados por un estado fuerte y centralista (Por ejemplo, Musharraf anuló de facto la autonomía del Baluchistan con su golpe de estado de 1999), han sido presa de todos los oportunistas que les han dado la razón para usarlos como marionetas de sus propios objetivos.  Irán y Arabia Saudí son ejes principales en la economía y el eje de poder en la región. Baluchistan tiene miles de madrasas de corte salafista financiadas por Arabia Saudí y que ha supuesto un cambio radical en la región. Pakistan ha aprobado un presupuesto millonario para vallar la frontera con Iran. De hecho, hace ya tiempo que esto tiene un impacto profundo en la economía de la región, a miles de kilómetros de Islamabad pero con la mitad de su etnia en Irán.

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