El otro día tuve una discusión horrible con alguien a quien respeto profundamente. Es más, una de esas discusiones que acaban amistades si no le pones cuidado.
Hablábamos sobre la pertinencia de la guerilla luchando en el monte y con armas.
Intentando buscar un término medio sobre una discusión entre si luchar con o sin armas por la liberación me llevó a un conflicto que creí que iba a acabar pero muy mal.
Así que tras zanjar la cuestión en términos bastante precarios hice lo que suelo hacer en estos casos.
Primero, contar hasta diez. Luego, contar hasta veinte. Luego, respirar. Puede que hasta le añadiera unos vasitos de agua, o hasta de te, vaya, no recuerdo. Lo que si no añadí fue ni café ni alcohol porque si no llegaría la sangre al río. A estas alturas en Colombia, un poco más de sangre puede que pase desapercibida. Es la gran tragedia de los sitios en los que se ha derramado tanta.
Pero respiré y puse en marcha las únicas otras armas que tengo. Pensar, capacitar y escribir.
Me ha llevado más tiempo del normal llegar a algo claro y les aseguro que no puedo darles mucho.
Sin embargo, algo me parece esencial. Si alguien que conoce la realidad desde detrás de un fusil quiere entenderla desde el lado del que hace frente a ese fusil hay que poder llevarlo a esa situación.
De repente me acordé de Uribe, que vio a su padre morirse desde el lado opuesto del fusil y se hizo la misma reflexión pero al revés. Cegado por esa ley tan cristiana y occidental del Talión, se situó junto con todos aquellos que quisieron escucharle o tenían demasiada hambre, quién sabe, del lado del gatillo. Y apretó ese gatillo y les ahorro hablar del resultado que todos conocemos. Lo que me faltaba después de pelearme por algo relacionado con la guerrilla es meterle una carga de trilita uribista al asunto.
Les ahorro el mal trago.
Sin embargo, no es compatible la opinión de dos que hablan desde lados opuestos de un fusil. Esa fue mi dolorosa conclusión.
Ese fue el dilema que me quitará el sueño esta noche, porque las armas tienen ese deje romántico de poder y hombría, ese aura errónea de libertad y lucha que nos confunde.
Uribe se pasó con muchos al lado del gatillo y arrasó con la paz en Colombia, recuerden que lo hizo en nombre de la paz.
Quizá los que están del lado del gatillo en las selvas entiendan que hacer lo contrario es un paso de gigante que además, los aleja de políticas como las de Uribe. Un paso hacia ver la realidad de todos aquellos por los que dicen luchar. Porque necesitan hablarles, escucharles y que les contesten con libertad. Y eso no es posible cuando te apunta con un arma.
Me olvidaba de decir claro, que mientras todos los colombianos miran al fusil de la guerrilla, les apunta otro fusil más por la espalda, el del ejército que anda en busca de ellos. Obviamente, los paramilitares también tienen fusiles con que apuntar.
Como sería si de repente se dieran todos la vuelta y respiraran hasta diez. Hasta veinte… Yo invito al te.
Cuando las cosas estén bien, les prometo que los invito a un ron. Será a mi salud y a la de todos ustedes. Eso sí. Solamente si no me apunta un fusil. Si invito, es porque tengo esa libertad.