Desde que llegué a Manila me ha sido muy difícil sentirme bien con mí misma. En el pasado he sido testigo del sufrimiento profundo de la gente en países aniquilados por la guerra. Las cosas de las que he sido testigo en Colombia, la India, el Nepal, el Sahel o el Oriente Medio han hecho que mi corteza exterior esté blindada y creí ser inmune al dolor. Pero entonces llegó Manila, y todo el blindaje se resquebrajó en mil pedazos.

Nubes de jóvenes exhaustos durmiendo bajo edificios de lujo, una mujer duchándose con el agua del canalón de la torre del HSBC, en una ilustre avenida, un hombre con su hijo pequeño esperando en una esquina en cuclillas a que algo cambie, a que algo ocurra… Se les ve en cada rincón de la megapolis. Pero en Manila no hay guerra sino paz y el hormigueo de una rutina constante. Para protegerme solo necesito subirme a un taxi y huir al refugio de mi barrio de ricos, mi oasis verde y limpio, para dejar de verlos. Pero al cerrar las puertas de mi fortaleza es cuando las imágenes de la miseria y la desesperación interminables empezaban a acosarme y me doy cuenta de que no tengo a donde más huir.

Por eso he decidido romper con mi zona de confort egoísta y artificial. Por eso he decidido acercarme a ellos. Desde que lo hago, se me ha quitado el miedo y duermo mejor. Todas las imágenes de desolación tienen ahora caras y nombres. Son las historias de seres humanos como yo. Ahora me conocen y me cuentan sus vidas, sus periplos. Compartimos momentos profundos pero también risas mientras comemos sopa o bebemos refrescos. Ellos tienen una vida injusta cuando a veces las soluciones para llevarlos a la normalidad son muy sencillas si se tiene un mínimo de decencia.

Necesito compartir lo que he visto con los que como yo, han sentido esa incomodidad de sentirse privilegiados frente a iguales. También quiero llamar la atención de los residentes de Metro Manila, gente cordial y generosa pero que parece haber olvidado a los que se ven sumidos en la pobreza de la megapolis.

Esos pobres son gente de la que enorgullecerse. Pinoys como el resto, dispuestos a progresar si les dan la más mínima oportunidad.

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